lunes, 29 de febrero de 2016

Una grúa es un demonio

Hace unos pocos días yo necesitaba una grúa. No me miren así como si yo tuviera alguna enfermedad contagiosa o les hablara borracha como una cuba. Cualquiera alguna vez en su vida o incluso varias puede necesitar una grúa, de hecho es absolutamente normal que en diferentes puntos del planeta, en momentos encontrados, se necesite una grúa. Hay personas, según datos estadísticos, que precisan una todos los días y no me pregunten porqué cada quien es un mundo aparte, un dilema diferente acorde al contexto que le circunde. Bien, volviendo a mi asunto, hasta ese día yo había vivido 25 años sin plena conciencia de la existencia de las grúas, de su importancia. A ver, no es que no las hubiera visto es que pasaban y pasaban inadvertidas como elementos inútiles, en todo caso causantes de más ruido alrededor de mi día a día. Dispuse mi mejor semblante a emprender la búsqueda de ella y en serio puse empeño, como si en ello me fuera la vida esta y la siguiente. Había despertado desde las 7am y una secreta convicción me hacía presuponer que el dilema quedaría resuelto antes de la hora 7pm. Tenía más de 5cuc de saldo en mi móvil, lo cual era un buen presagio teniendo en cuenta que debo ir en breve a Villa Clara y tener esa cuantiosa suma augura que mis allegados estarán al tanto de mis peripecias en la botella y de esa forma, sus más profundas preocupaciones quedarán zanjadas mientras recorro el angustioso trayecto que asciende a más de 230 kilómetros en Dios sabe qué. Empecé por llamar (no del móvil) a algunos contactos de esos que nunca quieres molestar hasta que te duela por lo menos el alma. Gasté innumerables balas en el sobreentendido de que mi situación estaría controlada pero ¿cuál no sería mi sorpresa? Ni una sola grúa disponible en los once municipios que componen el suelo ferraliticos de Mayabeque. Todas , absolutamente todas, habían decidido colapsar justo este último viernes del febrero más largo desde que me vine a estas tierras. No cejé en mi empeño, porque decía mi abuelo que renunciar ya es aceptar la derrota, e infructuosamente seguí llamando a lugares inclusive que nunca he visitado. Al cabo de las 2 de la tarde me quedaba 1 cuc en el móvil y, pisoteadas, mis ansias de resolver el problema iban disminuyendo con el paso de las horas. De hecho, en un intento desesperado desde la carretera confundí un cargador con una grúa y le supliqué tuviera misericordia de mi alma sumida en la desgracia y el despropósito por no encontrar la materialización de mi sueño. Me gustaría concluir diciendo que todo está resuelto y que por fin logré subir el tanque a la placa de mi casa. Ese sería un final feliz, sin embargo, aquí estoy haciendo lo que mejor sé a ver si releyendo descubro algo bueno en todo esto. Es probable que después esta crónica vaya a algún concurso y si algo gana, por lo menos, me quedará el recuerdo del día que yo precisé una grúa. En todo caso, una grúa es eso: un deseo de imposibilidad que se demora en materializarse para confirmarnos la naturaleza humana de que estamos hechos. Coincidirán conmigo ahora, todos en muchos momentos precisamos una y nuestro nublado entendimiento no nos hace fácil el camino. Desde la Comunidad Primitiva, que es lo más lejos que me viene a la mente, acaso con otros nombres la gente precisaba cosas improbables, fuera de su alcance… pero eso no fue pie forzado para que claudicaran en ningún empeño, la prueba es que estamos aquí, en el siglo XXI. 4.15 pm viernes 26 de febrero de 2016 P.d: 6:18pm llegó la grúa. No hay fotos de la grúa porque no tenía cabeza pa eso, en el segundo exacto en que hizo su acto de presencia.

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