lunes, 18 de noviembre de 2013

... y amanece

Le decían la loca del muelle de San Blas. Aunque tenía un nombre como todos, insisto en que los nombres no son lo más importante. Loca por esperar, loca por amor (¿habrá en esta última frase una redundancia?). Su prometido partió, ella empapada en llanto, juró que esperaría. En esta última línea me descubro en ella llorando por un adiós. Aunque Rebeca, que así se llamaba, cerró las puertas, las ventanas de sus sueños y negó visa a un nuevo amor. Se perdió la oportunidad de otro beso, de otras manos, de otras caricias… Quizás ignoraba que cuando una puerta se cierra se abre otra y a lo mejor nadie le dijo jamás que nunca es más oscuro que cuando va a amanecer. Lástima entonces que no la conocí y por lo mismo no le conté lo que, a mis 23 años, pudiera parecer ¡tan poco! a los que han vivido más. Es probable que en alguna parte del mundo la pasada semana, el día de su deceso, pudiera reencontrarse con su hombre. En algún lugar celestial alejado de lo pecaminoso, en algún lugar donde no se vale, donde no es lícito decir adiós.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Pido disculpas…

Nadie preguntó sus nombres, enseguida acudieron a un despectivo porque las mayorías no están listas. Defensora del amor a cualquier precio, quedé callada por esta vez y ahora escribo como mecanismo de defensa, como disculpas por no dar mi opinión (aunque valga aclarar que percibo un salario por tener alguna aunque sea a contracorriente). De niña mi mamá me enseñó que el amor no se oculta, pero las personas dudan qué pueda existir esta clase de afecto para ellos. ¡Cómo si existiera un termómetro que pueda medir la intensidad de un sentimiento! Ya me los imagino diciendo: “No, todavía falta una línea para llegar a 38, no estás del todo enamorada”. Lo tildan de espectáculo con odio en la mirada, con asombro en el pensamiento: “Parece hasta mentira, que horror”.- murmura una señora que se iba en la misma guagua y se persigna. Su compañera de asiento, solo asiente con desprecio, con rencor en la mirada. “Arderán en el infierno”, sentenciaría mi vecino que ya no está… “es pecado contra la carne”.- argumentaría para convencerme. ¿Quién? ¿Con qué derecho puede señalarse a dos personas por despedirse con un beso? Un beso que es más que la unión de dos bocas, más que el intercambio de cuatro labios. Un beso es un sello, una marca imborrable, un tatuaje en la piel del otro, eso, un beso, es un tatuaje. Quedé callada y lo lamento, pido disculpas por todas las veces que lo he hecho en esta y otras situaciones. No veo la complejidad del asunto, no tenía porque callar, pero lo hice. Caí en el saco de los incomprensivos, de aquellos que parece no aman, que jamás lo han hecho porque se niegan a comprender que salvando distancias y juicios del populix también el más universal de los sentimientos puede florecer ¿porqué no? en dos personas del mismo sexo.