jueves, 12 de septiembre de 2013

La felicidad no pide permiso

Pido permiso en nombre del amor. Ya sé que no me invitaron "formalmente hablando". Tengo 23 años, soy graduada de periodismo y amo. Esta última condición da vía libre a mis declaraciones respecto al más universal de los sentimientos. Las distancias duelen, el mundo lo sabe. Adriana, Olga, Irma, Elizabeth saben lo que es dormir 5475 noches sin sus esposos (sin contar los años bisiestos). Aún no tengo esposo, si la vida me pone en el camino a alguno que tenga que hacer guardias, o ausentarse por unos días de antemano sé que el frío será despiadado, que la cama será ancha y la noche más larga. Conste que no intento comparaciones, me quedaría cortísima en cualquiera que emprendiera tratando de igualar mis adiós por un ratico, mi beso de despedida con el de Adriana y mi abrazo de reencuentro con el de Olga quedarían tan pequeños. Visualizo mientras llega mi esposo un concepto que sí quisiera igualar, el sentimiento recíproco, inequívoco y espléndido que llena 8 corazones (sin contar a las madres, cuyo dolor daría para otro post). Mientras llega el momento de conocer a mi esposo busco en todas las páginas del mundo noticias sobre estas historias de amor reales que terminarán en todos los casos con un final feliz, porque para la felicidad sin límites no se pide permiso.

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